Tuesday, June 25, 2013

Joven desentierra sus raíces cubanas con un árbol familiar

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Por: Daniel Shoer Roth

Una súbita curiosidad por sus raíces cubanas, motivó a un adolescente de Miami a emprender un viaje al pasado para rescatar su historia. La travesía lo trasladó a un remoto pueblo de las Islas Canarias en el siglo XVII.
 
Gabriel García, de 17 años, no se ha desplazado solo en la máquina del tiempo. Desde su hogar en el oeste de Miami-Dade, comparte cada etapa con cientos de aficionados alrededor del mundo que se han sumado a Genealogía Cubana, su grupo de Facebook.
 
Por su edad, apasionamiento y prodigiosa destreza para crear un árbol genealógico en tan corto tiempo aprovechando los recursos de la tecnología digital, el joven se ha convertido en una sensación entre las personas interesadas en la ascendencia de sus familias en Cuba y España, quienes tradicionalmente son adultos mayores.
 
“Es la esperanza de todos los que estudiamos genealogía cubana”, señaló Lourdes del Pino, vicepresidenta del Club de Genealogía Cubana de Miami. “Va a ser el heredero y custodio de los materiales y conocimientos que hemos acumulado a través de los años para facilitar el trabajo amateur a quienes buscan sus raíces”.
 
Hace dos años, Gabriel vio en la televisión un comercial de ancestry.com, un portal de pago que permite a los usuarios rastrear sus raíces familiares examinando archivos en línea de registros vitales, censos y otros bancos de datos genealógicos. 
“Me dio curiosidad saber de dónde provienen mis ancestros y la historia detrás de ellos”, comentó el estudiante de la Secundaria G. Holmes Braddock. “Pero ancestry.com se enfoca mayormente en Estados Unidos y no tiene nada sobre Cuba”.
 
Gabriel emigró a Estados Unidos a los 4 años. Es tímido y respetuoso; habla muy rápido, en voz baja, y luce menor a su edad. Pesa 104 libras y mide 5’5 pies. Planea estudiar Administración de Empresas y se entretiene leyendo libros de ciencia ficción. En la escuela, sus compañeros consideran que su pasatiempo de la genealogía es “algo c ool”. Su padre trabaja en mantenimiento de piscinas y su mamá es ama de casa. Ninguno poseía conocimiento de sus orígenes ni interés en indagar en ellos.
 
“Nunca me imaginé que venía de una familia con tanta historia”, manifestó la madre, Idalina Hernández. “Hemos conocido a muchos familiares gracias a él. Es sorprendente”.
 
Nace el árbol 
Cualquier viaje genealógico, por largo que sea, comienza con un simple paso adelante: una pregunta. “¿Qué información tienes sobre tu familia?” preguntó Gabriel a sus cuatro abuelos, esperando que se quitaran las capas de la memoria.
 
El abuelo materno, Reinaldo Hernández, que vive en Miami, sabía los nombres y lugares de nacimiento de sus abuelos, aunque no recordaba las fechas. Eso permitió a Gabriel trazar la primera línea ancestral hasta sus tatarabuelos, usando una plantilla gratis de ancestry.com que incorpora gráficos y espacio para fotografías individuales, y permite la extensión de las ramas genealógicas en pantallas sucesivas.
 
Así empezó a rellenar cada casilla con los detalles de los miembros de su familia.
Hernández habló a su nieto sobre su prima hermana en Cuba, Alicia Plasencia, que había dibujado su árbol genealógico. Ella tenía la partida de bautismo de su padre, donde están registrados los datos de sus bisabuelos, Ricardo Plasencia y Gabriela Aguilar, incluyendo lugar y fecha de nacimiento. Ellos son los cuartos abuelos de Gabriel, cinco generaciones anteriores a él.
 
Un hermano de Alicia en Miami llevó a Gabriel a una reunión familiar en Coral Gables. Allí, le informaron sobre el trabajo de José Ignacio Lombillo Plasencia, un siquiatra retirado en Naples que llevaba 20 años investigando los orígenes de su familia y de los Plasencia en Hermigua, un pueblo en La Gomera, una de las islas canarias a la altura de Marruecos. Inmediatamente después, el joven lo contactó.
 
“Nunca he visto a nadie de esa edad, ni de cualquier edad, que tenga tanta hambre por saber, de manera científica, sobre sus ancestros”, observó Lombillo, de 75 años. “Al menos entre los Plasencia –y somos muchos– no hay nadie que tenga el mismo interés”.
 
En el archivo diocesano del Arzobispado de Tenerife, en Canarias, Lombillo encontró el libro de matrimonios de la Iglesia de la Encarnación de Hermigua, donde quedó inscrito el enlace nupcial entre Carlos de Plasencia e Isabel Morales, el 16 de agosto de 1685. En el registro, también aparece el nombre de los padres del novio. La madre se llamaba María Plasencia; probablemente nació en la década de 1630.
 
“Ella es el primer Plasencia documentado con una relación directa con todos nosotros”, afirmó Lombillo.
 
Armar el rompecabezas
 
El gran reto para Gabriel recién comenzaba. Ahora debía identificar el eslabón entre su árbol genealógico y el de Lombillo en aras de trazar su linaje hasta 1630, una fecha a la cual jamás imaginó llegar cuando se propuso investigar su pasado.
 
“Tenía que encontrar un ancestro en común”, explicó Gabriel, quien revisó durante semanas cientos de nombres, con fechas de nacimiento y defunción, compilados por Lombillo, cuyo árbol, en múltiples ramas, reúne 10,000 familiares.
 
Los Plasencia llegaron a La Gomera provenientes de la península ibérica después de la Conquista de Tenerife (1494-1496). Allí, vivieron durante siglos, pues los pobladores isleños no acostumbraban a migrar.
 
A finales del siglo XIX, Cuba se perfilaba como paraíso terrenal. Miles de canarios emigraron a la isla caribeña, entre ellos, Eduardo Plasencia, bisabuelo de Lombillo, acompañado por hermanos y primos, todos en su juventud.
 
Para empatar los linajes, García tendría que establecer su parentesco sanguíneo con este pionero de la familia, que falleció en La Habana en 1949.
 
Eduardo tenía una hermana, Felipa, casada con Ricardo Plasencia. Además de cónyuges, eran primos. El nombre de Ricardo llamó la atención del inquisitivo adolescente porque así se llamaba su cuarto abuelo, es decir, el bisabuelo de su abuelo materno. Verificó las fechas de nacimiento y defunción, y ambas coincidían.
 
“Estaba maravillado con mi hallazgo”, comentó Gabriel.
 
Surgió, no obstante, una incógnita. En el árbol de Lombillo, Ricardo estaba casado con Felipa; en el de Gabriel, con Gabriela Aguilar. Una pieza del rompecabezas no encajaba.
 
Gabriel contactó a un primo en Hermigua vía Facebook y éste, a su vez, indagó con una anciana de la familia, quien reveló que Ricardo tuvo dos matrimonios. Gabriela fue su primera esposa; cuando ella falleció, se casó con su prima Felipa, como era común en aquellos tiempos.
 
Gabriel se había conectado con María Plasencia. Su árbol se extendió velozmente varios siglos.
 
Crecen otras ramas
 
Logrando subsanar las enormes dificultades que representan las búsquedas genealógicas en Cuba, Gabriel emprendió su segunda investigación desde Miami. En esta ocasión, optó por la línea de ascendencia de Iluminada Bello, la mamá de su abuelo paterno. Sus antepasados, también procedentes de las Islas Canarias, habían emigrado dentro de un buque de carga que transportaba manteca. “Pensé que era muy interesante la manera en que habían llegado a Cuba”, apuntó el joven.
Ricardo García, el abuelo que aún vive en Cuba, buscó la partida de bautismo de Bello en la parroquia de Consolación del Sur, su pueblo natal. El registro no se encontraba. Pero un familiar que desciende del hermano de Bello guardaba el certificado de nacimiento de éste, lo cual permitió a Gabriel comenzar a irrigar esta rama de su árbol genealógico, al obtener los nombres y fechas de nacimiento de sus tatarabuelos, así como los nombres de sus cuartos abuelos.
 
En un foro en línea de un grupo de genealogía canaria, conoció a una española con acceso a un extenso banco de datos con certificados antiguos de matrimonio. Subiendo una generación a la vez, la mujer consiguió la información nupcial de los quintos, sextos y sucesivos abuelos de Gabriel, hasta llegar a 1754 – nueve generaciones de antepasados.
 
Hace tres meses, Gabriel se propuso trazar la línea del papá de su abuela materna, José Antonio Lezcano, nacido en 1906 en la ciudad de Pinar del Río. Su partida de bautismo fue hallada, más no las de sus padres. Renuente a quedarse en un callejón sin salida, pidió a un familiar que busque el registro de bautismo de un tío de Lezcano en San Luis, un pueblo cercano.
 
Esta semana, una copia del ansiado documento llegó a sus manos. Un paso más en este esfuerzo que apenas comienza a cosechar frutos.


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San Carlos Institute keeps hope alive for Cuban exiles

The San Carlos Institute in Key West was built by humble Cuban cigar workers who wanted Cuba free from Spain.
San Carlos Institute

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BY JOE CARDONA
jccigar@aol.com

 

As a student at Florida International University in the late 1980’s, in search of my identity, I attended a seminar that examined important Cuban historical sites in the state of Florida. That afternoon, I had planned to raise my hand and address the audience about important nuggets of Cuban history I had unearthed in Tampa’s Ybor City. I should have known that like many “best laid plans of mice and men” these pre-orchestrated schemes don’t pan out.

 

It turns out, my intended exposition was thankfully preempted by Rafael Peñalver, an energetic, well-prepared orator who discussed the preservation efforts he was spearheading at the San Carlos Institute in Key West — a historic building in Key West, or as it’s known to Cubans, Cayo Hueso, an institute that Cuban poet and freedom fighter Jose Martí once referred to as “ la Casa Cuba.”

Minutes into the then-young Miami attorney’s presentation, I understood that rather than sharing my random and quite scattered thoughts on the historical legacy of Martí and his imprint on Ybor City, my time that afternoon would be best spent listening to Peñalver’s lecture. As fate would have it, Peñalver and I would cross paths over a decade later when I was producing the PBS documentary Jose Martí: Legacy of Freedom.

When I sought Peñalver’s insight on Martí for my film, I discovered that he was still very actively involved with the San Carlos Institute. Ralph offered to drive me to the Institute and show me around the place. I accepted his gracious offer and in the ensuing five hours of our journey to Key West, Ralph, with the care and concern of an older, wiser brother, has proceeded to share with me stories that linked me to my past.

I learned about the San Carlos’ colorful history, acquired an interesting perspective on Martí’s pursuit of Cuban independence and gained a profound respect for the preservation of history, which sadly for Cubans, much of it has either been distorted or lost.

We arrived at 516 Duval Street as the sun was setting behind the majestic edifice that is the San Carlos. Suddenly, Key West took on a far deeper meaning than bar hopping, fishing and Fantasy Fest. The San Carlos was first founded in 1871 at another location in Key West before it burned down. The 1890 building that still stands was founded by humble Cuban cigar workers who wanted to preserve their history, educate their children, and aspired to one day liberate Cuba from Spanish rule. It still stands as a repository of Cuban exile hope.

Peñalver remains a key protagonist in the truly inspiring story of his battle to preserve the building and its history.

I recently ran into Ralph at a local radio station where he was explaining to someone that his crusade to save the San Carlos began the day he first visited the building, which was also the day his father was diagnosed with terminal cancer.

“Every Sunday my father would hold a “Cuba culture” session at our home. One Sunday he would invite a Cuban historian, the next Sunday a Cuban musician, and so on. The whole idea was to instill a sense of knowledge and pride in our Cuban roots — and keep alive the dream of a free Cuba,” he said. “I decided to take on the task of bringing the San Carlos back to life — for my homeland — and in my father’s memory.”

Today, the San Carlos Institute proudly represents Cuban exiles’ noblest ideals and aspirations. It also stands as a tribute to the heroic sacrifice of Rafael Peñalver, who for more than 25 years has spent countless time, money and worry on preserving it. Peñalver’s unflagging devotion to the San Carlos is as historic as anything inside the building.

As the late John W. Gardner, secretary of health, education, and welfare under President Lyndon Johnson, once noted: “History never looks like history when you are living through it.”